Aprovechar, aprovechar y aprovechar; esa se podría decir que es la máxima de las calderas de condensación. Así, mientras las calderas convencionales desaprovechan el propio calor que desprenden al generar energía, las de condensación lo utilizan para aumentar su producción.
Para entenderlo, hemos de tener en cuenta que durante el proceso de condensación se produce un cambio de fase de una sustancia en estado gaseoso a estado líquido. Durante ese proceso se libera energía, a la que se denomina ‘calor latente’. Es precisamente ese calor el que aprovechan las calderas de condensación para aumentar su rendimiento y por ende, para ahorrar energía.
De este modo, mientras en las calderas convencionales se pueden llegar a alcanzar temperaturas de hasta 180º que generan vapor de agua que se expulsa junto al resto de gases convencionales, en las calderas de condensación se baja la temperatura de esos gases por debajo de la temperatura de rocío (temperatura en la que el vapor de agua pasa de estado gaseoso a líquido) para que se condensen y así poder aprovechar el calor latente. Esa energía que se libera en forma de calor es la que se aprovecha para calentar el agua del circuito. Por ello, el rendimiento de este tipo de calderas puede llegar a alcanzar el 109% porque ofrecen un resultado superior al que podrían conseguir sólo a través del combustible.
Gracias a este proceso, las calderas de condensación pueden llegar a suponer un ahorro de hasta un 20% en la factura del gas ya que están utilizando una energía que las convencionales desaprovechan. Además, la caldera de condensación es más respetuosa con el medio ambiente porque los gases que desprende son menos contaminantes que los de una caldera convencional.
Las calderas de condensación emiten además menos gases contaminantes al medio ambiente (NOx, CO, CO2), ayudando a disminuir la destrucción de la capa de ozono y contribuyendo a la conservación de nuestro medio ambiente.
Además, el amplio margen de regulación de potencia de este tipo de calderas, supone un mejor ajuste en la potencia a suministrar y de cara al usuario se traduce en una mayor estabilidad de temperatura, tanto de agua caliente sanitaria como de calefacción, sin paradas y arranques continuos.
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